Había conseguido dos invitaciones para la charla de Arturo Pérez Reverte y sabía que a mi padre le haría ilusión. Ese 5 de marzo del 2020, la Sala de Conciertos María Cristina estaba llena, muchos conocidos, saludos y sonrisas. Era una tarde en que la ciudad de Málaga estaba guapa, como preludio de primavera, palpitaba vida y ninguno teníamos conciencia de lo que se venía encima. Al salir, pasando por la plaza de San Francisco, mi padre se apoyaba en mí. Señalándome a la calle de Eduardo Ocón, me dijo:
–¿Sabes? Allí vivía una chiquilla que tenía los ojos como estrellas.
I
Nacer en 1936 te hace ser un niño de la posguerra, pasar por privacidades que quedan tapadas por la magia de la infancia. En el cercano pueblo de Vélez-Málaga la vida no era más amable que en la capital, pero la abuela Mamá Ana tenía un cortijo en la parte alta de Benamocarra. Allí, vivía un nogal centenario con un tesoro guardado por el fantasma de un viejo morisco, trampas para pajarillos y fletas de alcohol, por si entraba fiebre. De tantas veces contado, me imagino a la abuela y al niño intentando calentarse frente a las maderas ardientes del hogar; con todo el frio y nada que comer. Una ventana mal atrancada se abre, una gallina ufana entra con total desparpajo y tranquilamente se pasea sobre el suelo de adobe. Nieto y abuela se miran y poco después el vecino toca a la puerta para preguntar por su gallina. Pero ya está la cacerola hirviendo con un agradecido caldo.
A los 12 años, hay que ayudar a la familia y empieza de corsario. Así llamaban a los chavales que se dedicaban al transporte de paquetes. Los comerciantes y particulares realizaban los encargos y ellos iban a Málaga a recogerlos. El viaje se hacía en el tren litoral, La Cochinita la llamaban, por lo que tardaba, mientras atravesaba los campos de caña dulce y la playas de un Mediterráneo limpio. Y así llegó a la ciudad… a su ciudad. Empezó a conocer sus calles y sus gentes recogiendo paquetes. “Mira, aquí en calle Martínez teníamos una parada, nos servía para dejar los bultos. A veces, se juntaban unos fardos más grandes que nosotros”. De allí a La Malagueta, donde partía el tren.
–¡Último tren, último tren, el de la ocho y media…! A la diez en casa.
Llegamos a calle Carretería donde hicimos la primera parada. Instintivamente miramos el suelo. Eran baldosas de terrazo de rechazo coralito.
–Del medio centenar de fábricas que había en la región, ya solo quedan dos o tres – dijo con nostalgia.
II
Hizo la mili en Ceuta. Con pesar volvió al pueblo donde no veía claro su futuro. Allí, mis padres se conocieron colaborando en un programa de Radio Juventud que ayudaba a familias necesitadas. Una de ellas, fue una mujer y sus hijos cuyo marido estaba en la cárcel. A su salida, el valenciano le llamaban, como agradecimiento le hizo un extraño ofrecimiento.
–Si pones dinero para comprar esta máquina, te enseño el oficio.
Es curioso, pero de esta forma se fabrican los destinos.
Su única opción era Mamá Ana; la viejita le dejó el dinero de la reciente cosecha. El Valenciano, que no era derecho, desapareció al tiempo y la abuela, entre lágrimas tuvo que pedirle el dinero de vuelta al enterarse la familia. No importó. Mi padre ya podía volar solo: había conocido la alquimia del cemento.
La Málaga de 1960 era muy distinta a la actual. Estaba por desarrollar. Más allá del puente de Tetuán, todo eran huertos, caña de azúcar y humedales. Allí llegó con su máquina. La máquina de bolas. Esta hacía baldosas hidráulicas una a una. Para poder llegar a suministrar un edificio, había que fabricar en la misma obra cuando estaban todavía preparando la cimentación.
Estábamos en nuestra segunda parada.
–Hoy hay un encuentro de “Ser empresario” –le dije–, ¿nos apuntamos?
III
En 1967 yo llego a esta historia. Ya había montado “la fábrica”. El olor de la humedad de la marmolina con el cemento en las largas mesas para fabricar la piedra artificial, la prensa automática que no dejaba de lanzar baldosas, la pulidora que convertía una superficie de chinos con cemento en un tacto suave salpicado de piedras que brillaban: Industrias Aparicio, fabricación de terrazos y piedra artificial.
Cuando camino con mi padre por las calles de Málaga con frecuencia nos quedamos mirando fachadas.
– Fíjate, una de estas piedras por poco me cuesta la vida. Se rompió la brida cuando la cargábamos en el camión y casi me aplasta-.
En esos momentos, escuchándole hablar, ¿cómo imaginar un día su falta? En los años 70 los edificios se revestían de piedra artificial, en grandes moles que se adherían a la piel de las estructuras. En coche o andando, mi padre reconocía una fachada y contaba su historia.
IV
¿Ves esa esquina? – me comentó – costo pero salió- era un balcón malagueño fabricado en PVC . Estábamos a mitad de calle Sagasta en la esquina de mercado de Atarazana. Estaba perfecto después de 30 años
Una noche de 1983 hacía un frio intenso en la nave del Puerto de la Torre. Un tráiler cargado de perfiles de PVC esperaba al agente de aduana. España todavía no pertenecía a la comunidad europea y el material que venia de Pirmasens necesitaba la autorización de la Aduana. Se iniciaba una nueva aventura. No recuerdo como conoció a Antonio de la Vega, un español que vivía en Alemania , le había ayudado a comprar varias maquinas para el terrazo. Sin imaginar que esto provocaría un nuevo proyecto
– Pepe – le dijo – esto es un negocio de futuro, fabricar esto es un éxito –
Antonio se venia a España como delegado de la firma Kommerling, fabricante de perfiles para ventanas de PVC, el producto era desconocido en España y sea como sea mi `padre siguió el consejo y salto del cemento al mundo de las ventanas. Desde la distancia del tiempo y lejos de ese momento mágico lo veo como un salto de trapecista sin red. Había que importar los perfiles directamente de Alemania y empezar a fabricar. De esta forma fuimos la segunda fabrica en empezar en este país y la primera en Andalucía en este nuevo mercado. Un gran emprendimiento
Los primero años fueron duros, los españoles todavía desconfiaban de una ventanas de “plástico”, pero la Costal de Sol fue un gran mercado gracias a los clientes extranjero. Hoy en día es un producto consolidado y de gran demanda.
Si eres empresario la capacidad de adaptación debe de estar en tu ADN. Es algo que no se estudia. En cierta forma se nace, está en la forma de asumir riesgos, de seguir tu instinto y de hacer sacrificios a veces a costa de tu tiempo y tu familia. Pero es una pasión y un estilo de vida
V
El local estaba concurrido. La generación de empresarios que habían hecho la Málaga del desarrollo prácticamente ha desaparecido. Por allí, pululaban las segundas o terceras generaciones y emprendedores de nuevo cuño.
–¡Oye, me encanta tu padre! Es todo un caballero –me dijo una joven empresaria que había estado con él en la barra un buen rato.
Sonreí. Siempre he envidiado sus ojos azules y esa virtud para caer bien al sexo opuesto.
Recuerdo que fuimos de los últimos en marcharnos. Llegando a la Plaza de la Marina para coger un taxi, nos envolvió una brisa con sabor a mar…
–Ya mismo, la primavera –dijo.
–Sí, la primavera –contesté.
VI
Siempre me he preguntado adónde van los recuerdos de la personas que parten. De alguna forma, se tienen que ir con ellos para que sigan siendo ellos. Aquí queda una parte en las personas que amamos, pero todo ese bagaje debe de estar conectado con una especie de “nube”en el cosmos.
Allí se debe almacenar todo: cada imagen, cada experiencia, cada recuerdo. Y quizás… solo quizás, es lo que realmente llamamos Cielo.